El silencio de dios by Aarón Reyes Domínguez

El silencio de dios by Aarón Reyes Domínguez

autor:Aarón Reyes Domínguez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
publicado: 2011-03-04T23:00:00+00:00


La cara del encargado reflejaba una profunda preocupación cuando aquel supuesto franciscano le devolvió muy nerviosamente todo aquel material solicitado a primeras horas de la mañana. Se le veía presa de una galopante ansiedad que carcomía su pulso hasta hacerle parecer por momentos un grave enfermo de Parkinson. Pero lo peor, eso no lo sabía ninguno de los dos, estaba aún por llegar...

Sinuhé recogió sus cosas lo más rápido posible y se dirigió al ascensor como alma que lleva el diablo, en pleno Vaticano para redondear la escena. Gracias a su habitual sangre fría para este tipo de situaciones –tan sólo hablar en público o con una mujer era lo que le ponía nervioso de verdad- su cerebro pudo reaccionar con una serenidad que llegó a asustarle. Lo primero era salir de allí, desvestirse y volver a ser el mismo de siempre. Ya estaba harto de aquella farsa y de aquellas investigaciones que estaban llegando demasiado lejos. Mientras el ascensor ascendía sus neuronas trabajan a fondo haciendo las mayores horas extras de toda su vida. Tenía que llegar a Francia, tenía que abandonar Roma lo más rápido posible. Mientras aquel ataúd sórdido transportaba lo que de material tenía su existencia, su alma volaba deseando que, cuando volviera a reunirse con Gloria, ella estuviera esperándole como siempre quejándose de lo tedioso de la búsqueda documental y etc. El ascensor subía. «Y al tercer día subió a los cielos...»

Aquellos documentos que él había encontrado lo dejaban todo bastante claro. Resultaba evidente que eso sí era digno de la fama del Archivio Segreto y habría gente dispuesta a cualquier cosa con tal de que siguiera siendo secreto. Pero entonces, ¿qué había descubierto Gloria? ¿tal vez...? el pensamiento de que ambos hubieran encontrado la llave y la cerradura al mismo tiempo le martilleaba sobremanera. Sin embargo ella parecía haber estado hablando con alguien más en el archivo francés. Eso era imposible, iba sola, ¿o tal vez no? ¿quién era esa otra persona? Tenía que volver a la superficie, volver a tener cobertura y tratar de llamarla otra vez. Seguro que todo era una confusión, un error de la puñetera telefonía móvil.

Sus pensamientos apenas fueron rotos por la salida del ascensor, tras cuyas puertas metálicas estaba el siguiente relevo de guardia suiza que se encargaba de controlar el acceso. Sus ojos buscaban el camino, su mente trataba de iluminarlo. La brusca sensación fría del Patio de San Dámaso se introdujo por sus mangas con una brisa helada que lo recorrió como una serpiente bíblica, y aquel frío hizo que se sobrecogiera aún más. Salió por donde primero pudo, sin que recuerde aún qué puerta usó para salir. Estaba asfixiado por sus propios pensamientos.

Por el camino fue deshaciéndose de su disfraz absurdo. Alguna que otra matrona romana se deshizo en imprecaciones al ver a «estos curas de hoy en día» que se quitan los alzacuellos en cuanto salen del Vaticano y no se paran cuando una anciana solicita su bendición. «A tomar por el culo señora», le contestó de muy malos modos Sinuhé en un perfecto español que esperaba no entendiese.



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